Represéntase la brevedad de lo que se vive
y cuán
nada parece lo que se vivió.¡Ah de la vida!… ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
5 ¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
10 hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Francisco de Quevedo.
Organización de las ideas:
Texto lírico, en concreto un
soneto de tema metafísico de Quevedo, que formalmente se divide en dos
cuartetos y dos tercetos. En su estructura interna se perciben dos partes: una
primera que incluye los dos cuartetos que manifiesta la perplejidad del ser
humano ante el rápido paso del tiempo y la llegada de la vejez y la enfermedad
(introducción con referencias más concretas), y una segunda en la que se hace
una reflexión metafísica de la fugacidad del paso del tiempo de forma más
abstracta. Las ideas que destacan en ambas partes son las siguientes:
Primera
parte. Introducción al tema (versos 1-8): Reflexión sobre la fugacidad de
la vida:
·
Rapidez del paso del tiempo.
· Desaparición de la juventud y entrada de la
vejez, de las enfermedades y de los
recuerdos.
Segunda
parte. Desarrollo del motivo poético (versos 9-14): Análisis del paso del tiempo:
·
Angustia vital ante el inexorable paso del
tiempo.
·
Identificación de la existencia humana con el
paso del tiempo.
La voz poética se cuestiona la rapidez con que
pasa el tiempo y la brevedad de la vida y eso lo lleva a creer que lo único que
le queda es el pasado y un presente que desaparece tal como se vive y que lo
acerca cada instante a la muerte.
Tema: Conciencia
de la fugacidad y brevedad de la vida.
Comentario
crítico del contenido.
Soneto perteneciente al poeta
barroco Francisco de Quevedo representante de la tendencia estética conocida
como conceptismo. Este poema lírico
es un ejemplo del uso de la subjetividad del artista que usa la primera persona
para expresar de forma más dramática y connotativa el dolor y el estupor que le
producen la rapidez con que su juventud se torna en vejez, así como la toma de
conciencia de la muerte y de la enfermedad. Como su léxico y estructuras
sintácticas no son muy complicados, podría ir dirigido a un público
heterogéneo. Su intención es moralizante y su tono, filosófico. Las funciones
del lenguaje que predominan son la expresiva, la referencial, la apelativa y la
estética.
Aunque el
tema de la brevedad y la fugacidad de la vida fue tratado por otros poetas
anteriores a Quevedo desde la Antigüedad Clásica, llama la atención el
patetismo y sinceridad con que expresa
el dolor que le produce sentir cómo se le han escapado los años sin darse
cuenta. Si Jorge Manrique en su copla II ya advertía que “si juzgamos
sabiamente,/ daremos lo non venido/ por pasado” expresando con desnudez la
sensación trágica de la vida que pasa y que siempre va a cumplir, sin
excepciones, su ley, no es, sin embargo, su visión tan devastadora. Decía
Manrique que no era aconsejable aferrarse a lo material porque eso es
perecedero, mortal, mejor dedicarse a la vida espiritual que es eterna, y en
esa intención moral ya había un consuelo. Pero en el soneto de Quevedo no hay
un resquicio de alivio, todo es negro pesimismo: un ser que se define como presentes sucesiones de difuntos y que a
su vez camina hacia la verdad última: la muerte. En esta dialéctica entre la
vida (el ser) y la muerte (el no ser o la nada), gana siempre esta última. El
ser es vida y muerte al mismo tiempo, afirma Quevedo, pero también movimiento
continuo. Como Heráclito, él también cree que lo único permanente es el
movimiento, por eso en el instante en el que se pretende fijar el presente en
un punto, se da cuenta de que vivir es despeñarse hacia la muerte. Este
angustiado conceptismo supone un precedente del pensamiento existencial
moderno. El hombre es consciente de su angustia existencial y lo único que
puede hacer es vivir cada día sin ayuda.
No puede olvidarse que tras el
efímero optimismo del Renacimiento, con la crisis del último tercio del siglo
XVI se implanta poco después el Barroco que conduce a una visión extremadamente
negativa de los valores humanos: el hombre ahora es un ser despreciable, el
mundo un lugar de engaños y apariencias, la vida un juego, y la muerte, una
continua obsesión. Lo hiperbólico también forma parte del desmesurado
pensamiento barroco: lo bello y lo caduco y horrible se describen con la misma
fuerza. Por eso Quevedo expresa que no hay calamidad que no lo ronde, siendo
incapaz de fijarse ni en el más leve aspecto positivo de su vida. La juventud
se le ha escapado y, con ella, la certidumbre de que el futuro es algo con
cierta consistencia, por eso ya no distingue entre presente, pasado o futuro;
su experiencia le ha demostrado que el futuro es una falacia porque acaba
convirtiéndose en un decepcionante presente que lo lleva al cansancio
existencial. Pero lo más triste del pensamiento quevediano es que esa visión
del tiempo le impide vivir el presente, siendo éste despojado de su calidad
vital, convirtiéndose únicamente en angustia sin sentido. Y acrecienta aún más
la visión negativa de la vida con el empleo del tópico pañales y mortaja para expresar lo cercanas que se encuentran la
una de la otra. Por último, llama la atención que la pregunta del comienzo vaya
dirigida a la vida en general y no aparezca ningún referente religioso que
pudiera servir de consuelo existencial. Él está solo y su necesidad de respuestas
sólo encuentra el vacío.
En definitiva, este soneto es una
magnífica muestra del conceptismo, pues las ideas se suceden y comprimen sin
respiro para el lector. El ingenio, la capacidad verbal y la cosmología barroca
están presentes en este poema.
Soneto incluido en el Parnaso español del autor barroco Francisco de Quevedo (1580). Es
un poema de género lírico que sigue la tendencia del conceptismo caracterizada
por la condensación de las ideas y los juegos de palabras. Esta corriente fue
inaugurada por este autor y por Baltasar Gracián. Se utiliza un registro formal
a través del cual el autor expresa en primera persona su inquietud por la
brevedad de la vida y la muerte ya cercana. Las funciones del lenguaje que
predominan son la expresiva, la referencial y la apelativa. Asimismo, se
emplean numerosos recursos retóricos como polisemias, equívocos, ironías,
antítesis, paradojas, en definitiva, recursos para expresar sus sentimientos
más profundos.
Pues bien, en este poema lo primero que
nos llama la atención es la actitud pesimista y negativa del autor. Esto es
debido a que el siglo XVII es una época de inquietud, inestabilidad y crisis
del hombre así como de la sociedad española. Quevedo está obsesionado y teme a
la muerte, es por ello que el tema principal del poema sea el tempus fugit,
característico del Barroco. La vida es breve, pasajera, un tránsito inexorable
hacia la muerte. Sería inútil no resignarse a morir, pues es algo inevitable.
“En el hoy y mañana no ha llegado, junto pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto”. El autor recurre a esta metáfora para
delimitar la vida como una breve estancia en la que diferenciar la infancia de
la vejez se hace imposible. Otros autores, como Calderón de la Barca o Baltasar
Gracián, identifican la vida del hombre
con la de las flores debido a su brevedad, o comparan el ciclo de la vida
humana con las estaciones del año, desde la primavera, plena de juventud, al invierno de la vejez donde reinan los
achaques y la miseria. Quevedo plantea los problemas que más han inquietado al
hombre: la tragedia de la vida y la muerte, así como la fugacidad del tiempo.
Actualmente, considero que el tempus fugit es un tema que nos preocupa a todos.
El ser humano siempre ha temido y sigue temiendo a lo desconocido, no saber lo
que va a pasar desajusta nuestra programada y rutinaria vida, rechazamos lo
desconocido por miedo. Podríamos compararlo con el racismo, el hombre teme ser
superado y verse desbordado ante determinadas situaciones en las que prima el
desconocimiento.
La vida, según Quevedo, es “presentes
sucesiones de difunto” y “vivir es caminar breve jornada”. El autor acepta,
sumido en un profundo pesimismo, que la vida carece de ilusión ya que la muerte
nos aguarda. Analiza su trayectoria y cae en la cuenta de que ha envejecido y,
debido a su ajetreada vida, no siente haber aprovechado lo suficiente el
tiempo, siente que este avanza demasiado rápido y le ha arrebatado la salud y
la juventud. Esta actitud pesimista se opone al optimismo propio del
Renacimiento, optimismo debido a la época de grandeza que estaba viviendo
España. Además, en el Renacimiento se desarrolla el antropocentrismo, mientras
que en el Barroco se da más importancia a la muerte y otros temas de carácter
espiritual. De este modo, los personajes empiezan a representarse de una forma
más realista que para nada se asemeja al personaje idealizado típico del
movimiento anterior.
El autor logra transmitir al lector su
angustia, tal vez no había sido una buena persona y por ello temía a la muerte
o no había cumplido sus metas y ahora ya es tarde, pero esto solo son
suposiciones. Lo que es evidente es que nos conduce a cuestionarnos nuestra
propia existencia y a darnos cuenta de que conforme cumplimos años el tiempo
parece que se consume con mayor velocidad.
En definitiva, poema que refleja la
situación social, política y económica de la España del S.XVII, una época de
numerosa crisis que se manifiestan en la literatura a través de la actitud pesimista de sus
autores. Una visión negativa del mundo caótico y de la vida como sueño, pura
apariencia, una desconfianza ante el hombre y una gran preocupación por el
tiempo y la muerte, envuelven al hombre en una nube donde solo se respira
pesimismo, negatividad y desesperación ante la fugacidad de la vida.
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